Preferiste lavar oro en la margen del río que llegar al Dorado.
Los efluvios tóxicos del mercurio contaminan tu ser pudriéndote lentamente. Ves el río muerto, yermo, inmóvil.
Comes mal mientras hombres de ojos vacíos te miran como palomas sin decirte nada.
Tu único alimento es arroz y mercurio.
Aguardiente y mercurio.
Tu sangre ahora es ploma, plomo que se traslada por tu cuerpo, carcomiendo tus entrañas, tu mente y corazón.
Los animales se han ido. Ellos saben que lejos del mercurio estarán mejor.
Aquí en el Dorado sientes el viento suave hablando con tu pelo mientras un sol de oro calienta tu cara.
Las niñas se sientan en el regazo de sus madres en las noches de plata llena y les comentan lo hermoso del atardecer entre caricias cálidas y amorosas y voces pequeñas, arrulladoras mientras los grillos las rodean con el frotar de sus patas bajo un manto de ébano.
Aquí uno se está bien. En el Dorado lo único contaminante es tu ausencia.