lunes, 14 de diciembre de 2009

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Amo la selva. Es mi lugar favorito en el mundo.
Me encanta el calor. Andar en mini y chancletas como todos.Descalza en las casas.

Me encantan los frutos.
De niña me gustaba comer guaba. Me vacilaban esas legumbres larguísimas y flacas donde con un movimiento como rompiéndole el pescuezo a una gallina obtenías un montón de semillas cubiertas con una capita dulce y blanquita, como la toallita de una barbie.
Luego la metías en tu boca, le quitabas la ropita y eliminabas la pepa.


Fuente: Internet
Fig 1. Guaba

O el aguaje, que pelarlo se puede tornar en un trabajo engorroso y hasta frustrante. Está cubierto por un montón de cascaritas pegadas una con otra formando una mini piña. Se necesita mucho control dental para evitar que la peladera te haga perder pulpa. Luego escupir la cáscara. Aquí generalmente puedes joder a la gente y escupirles cascaritas.
Entonces te queda una pulpa anaranjada y de textura paltosa que tiene un sabor rarísimo pero encantador.
Al final queda una pepa que actúa como "piedra" en la selva. Puede romper vidrios y, con buena puntería, cabezas.


Fuente: Internet
Fig 2. aguaje

La pomarrosa. ¡Ay la pomarrosa!. Ese fruto proviene de un arbol más poético aún. El pomarroso se yergue altísimo con su copa cónica y sus flores de estambres fuxias cubriendo el suelo con una alfombra digna de gay parade.
Este fruto jugoso y carnoso como la selva misma. Un mordisco es la garantía de obtener un néctar dulce y abundante que cae a borbotones por tu antebrazo.


Fuente: internet
Fig 3. Flor de pomarrosa

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