jueves, 11 de febrero de 2010

huayco



El chofer apagó el motor en un derrumbe pequeño.
Sin embargo, la pista era lo suficientemente angosta para que el derrumbe chiquito tuviera proporciones catastróficas.

El chofer apagó el motor y bajó a calcular. Cuando el chofer calcula los demás se unen a hacer lo mismo.
El cálculo proporciona una herramienta de masculinidad importante para restarle omnipotencia al chofer.

El lugar provocaba desconfianza: una pista chica y una gran capacidad de aluvión.
Las piedras apenas si estaban unidas a la roca madre, como pequeños murciélagos destetándose.
Una pequeña quebrada bajaba llena de agua y lodo sostenida por pedazos de suelo frágiles, rebosando su capacidad de carga.

Nos bajamos.
Los hombres calculaban y yo observaba el derrumbe inminente.
Toneladas de roca y lodo chorreándose y cayendo vencidos por la fuerza invencible del agua. Y nosotros, pobres seres humanos insignificantes, siendo arrastrados por ella.
De pronto, el primer aluvión pequeño. Nos movimos al refugio del auto estacionado pero tan vulnerable como nosotros al fin y al cabo.
K y yo seguíamos vigilando hasta que un pedazo de laja como un shuriken ninja venía rauda a nosotros para decapitarnos.
El tiempo iba lento en ese momento.
Parece que la adrenalina te hace entrar a la velocidad de la luz sufriendo de pronto de dilatación temporal.
Y así, en cámara lenta, toca correr y todo se rebobina y es una locura de movimiento.
El desafío del cálculo se resuelve en un par de segundos.
El chofer pasa como sea y nos embarcamos huyendo de esos pocos espacios donde las dimensiones cosmológicas se confunden con la nuestra.

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